Seguramente ya has oído la anécdota sobre la forma de atrapar a un mono sin violencia: en una caja con agujeros (como para poder meter la mano), se coloca una banana. El mono mete la mano, coge la banana y al no soltarla queda atrapado porque el agujero no permite sacar mano y banana.

La complejidad del soltar: tan sencillo debiera ser, y tan difícil es ¡no ya realizarlo, sino simplemente proponértelo!

Quieres soltar algo y muchas veces, de manera casi simultánea, ocupa el lugar del verbo “soltar” el verbo “rechazar”. Increíble, ¡estamos ante el primer rechazo en sí!: rechazar la idea de soltar.

Y ya desde el primer instante ese rechazo nos lleva a  experimentar tensión. Tensión mental, emocional y física. Resulta desagradable. Puede que se trate de algo muy sutil, puede pasar casi desapercibido. El propio rechazo, nos lleva a querer dar la espalda a ese “evento” desagradable.

La vorágine en la que solemos estar inmersos y nuestra ejercitada y madura práctica de desconectarnos a través del “hacer” (sea mental o en acción), nos ayuda a obtener la sensación de que aquello ya pasó y sentimos una especie de alivio de que aquel incómodo intruso ya no esté.

Todo ello: detonante, sensación desagradable, rechazo, recurso, alivio, puede pasar tan rápido que no nos demos cuenta, pero… ha dejado su impronta.

La tensión mental, emocional y física no se resuelve del todo, deja su huella. Queda un peso que se va acumulando en los tres planos: el mental, emocional y físico.

Además queda de fondo esa sensación de amenaza, porque podrá aparecer en cualquier momento de nuevo ese detonante, la impotencia y frustración de no saber cómo lidiar con ello, desarrollando estrategias del “despiste”…

Estos recursos para aliviar momentáneamente la sensación de lo desagradable llevan a que se afiance cada vez más y más el rechazo y se solidifique nuestra forma de “escapar”, cerrando cada vez más la puerta a una sana relación con los detonantes que nos llevan al rechazo, y la posibilidad de ser libres en vez de víctimas, en vez de marionetas movidas por lo externo.

Sólo encuentro una manera de desandar estas sólidas rutas de escape que nos llevan a la esclavitud de los movimientos impulsivos de: me gusta, me aferro / me disgusta, lo rechazo.

Y la manera es llevar atención plena, Mindfulness a lo que ocurre.

Cultivando poco a poco el estado de atención, de consciencia, de presencia, puedo, en primer lugar, percibir cuándo se origina ese evento que traduzco como desagradable.

En segundo lugar, darme cuenta de qué se trata, como un observador.

En tercer lugar, darme cuenta de qué impacto tiene en mí: pensamientos asociados, sensación emocional, física y qué impulso quiere aflorar en mí.

Y ahí ¡¡RELAX!! relaja tu cuerpo, no sigas “apretando” ese detonante para lanzarlo lejos, sino “suéltalo”.

Las prácticas de Mindfulness nos dan una oportunidad única para aprender ese soltar.

Con Mindfulness aprendemos a soltar pensamientos, emociones, tensiones ¡sentados en una silla o tumbados!, pero ahí, entrando en el laboratorio de nuestra mente es donde podemos cambiar esas rutas. Después los cambios se proyectaran en día a día pues la transformación se ha dado en nuestra mente y ella es la que dirige más allá del momento de la práctica en quietud, la mente viene siempre con nosotros.

Imagínate que estás en el mar, un mar delicioso, calmo, estás de pie, notando tus brazos flotar en la superficie del agua. Viene una ola en forma de ondulación, que simplemente se nota por una pequeña elevación. Notas que tu cuerpo es llevado un poquitín hacia arriba, y con suavidad vuelves a descender según esa suave ola pasa, y sigues permaneciendo en el mismo lugar, sintiendo la calma.

 

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