El día conmemorativo de los Difuntos supone para muchas personas un día de recuerdo de uno o varios seres queridos que fallecieron.
La consciencia de la muerte nos pone en contacto con la vida. Hay muchos casos en que la pérdida de un ser querido vapulea y lleva a una reflexión y revisión de la escala de valores, a poner en relieve lo que antes a lo mejor parecía secundario, o inexistente, para ahora anteponerlo a las cosas antes importantes.
¿Qué nos roba el paso de la vida?
Porque la vida que conocemos (sin entrar en la dimensión espiritual, trascendente) no sólo se termina con la muerte. Para muchos la vida murió hace tiempo. La vida puede haber desaparecido en diferentes grados aunque físicamente se siga respirando.
De cero a cien cada persona vive la vida en un porcentaje diferente.
- ¿Qué presencia ha tenido la vida hoy en mí?
- ¿Cuántas cosas me he dejado pasar?
- ¿Cuántos detalles no experimenté?
- ¿Cuántas sensaciones me perdí?
- ¿Cuántas preocupaciones, angustias, proyectos ocuparon mi mente sin que yo lo eligiera y me robaron la vida hoy?
Cuántos pensamientos intrusivos, cuánta dispersión… ¿qué porcentaje de vida me quitaron hoy?
Dejando a un lado que el fin de la vida física puede acontecer en cualquier momento, sería interesante poner el “marcador a cero” cada día sin pensar en el mañana en cuanto a ¿cuánta vida voy a experimentar hoy?
Experimentar la vida es ser consciente de cada momento.
Momentos de todo, de serenidad, de trabajo, de soledad, de relación, de dolor, de alegría, de planificación… vivir la vida no es intentar evitar aquello que nos genera malestar y perseguir lo que nos produce bienestar. Vivir la vida es tratar de ser consciente en cada momento de lo que hay, de lo que decido, sin resistencia, sin sopor, sin miedo, sin huir, sin asir. Se trata de poner atención plena a lo que nos trae el momento y conscientes de que nuestra mente es sobrevolada constantemente por un permanente intento de su secuestro, volver a los sentidos, a la consciencia, a la vida.
Mindfulness nos enseña a ejercitar ese volver a la vida cada vez que nos dispersamos, cada vez que nos salimos de ella, cada vez que “morimos” a ella porque sin haberlo decidido nos montamos en el tren de los pensamientos, de los recuerdos, de las previsiones, de lo que no nos perdonamos, de lo que tememos…y en ese viaje la vida pasa y cuando el tren se detiene nos hallamos, en los mejores casos, descolocados, y en los más habituales, en paisajes no deseados donde nuestro clima emocional se ha perturbado.
Y así día tras día, se queda una huella de insatisfacción, una impronta incómoda que inconscientemente intentamos eludir sumergiéndonos en hábitos que nos distraigan, que nos “recompensen”.
Quizá un día nos damos cuenta de todo esto, sin necesitar el trauma de la muerte de un ser querido, y decidimos vivir, y empezamos a practicar la atención plena cada vez en más momentos, cada vez con menos esfuerzo… y nuestro porcentaje de vida empieza a crecer, y con ella la serenidad y poco a poco vamos recuperando nuestra humanidad.
Mercedes Rubio